martes, 26 de abril de 2011

Lecturas en torno al concepto de imaginario

Por: Diane Alméras, Universidad de Chile, Cyber 19 #1

El concepto de conciencia colectiva

Es sin duda parte del papel fundante de la sociología moderna jugado por Emile Durkheim integra en el concepto de conciencia colectiva la explicación de los fenómenos sociales de más alto nivel de abstracción, estableciendo la existencia de la sociedad en la medida que está "representada en las mentes de los individuos". El esfuerzo de elaboración teórica de este fenómeno por Durkheim dio el impulso al desarrollo de la idea de imaginario social en ciencias sociales y a la construcción de un cierto acervo de saber, consolidado en las dos últimas décadas por la conceptualización de la institución imaginaria de la sociedad elaborada por Castoriadis.

En Las Formas Elementales de la Vida Religiosa (1912), Durkheim desarrolla la hipótesis de la dualidad de la conciencia, identificando por una parte estados personales que se explican enteramente por la naturaleza psíquica del individuo, y por la otra categorías de representaciones que son esencialmente colectivas y traducen ante todo estados de la colectividad que dependen de cómo ésta está constituida y organizada - su morfología, instituciones religiosas, morales, económicas, etc. Existe entre estas dos especies de conciencia toda la distancia que separe el individual de lo social y la segunda no se puede derivar de la primera, de la misma manera que no se puede deducir la sociedad del individuo. Al inverso, las representaciones colectivas impregnan la conciencia individual y añaden contenidos a sus representaciones.

Según Durkheim, esta penetración de la fuerza colectiva en los individuos es además un factor necesario a la organización de la sociedad por el hecho que ésta existe esencialmente a dentro de las conciencias individuales y gracias a ellas. La sociedad se hace así parte integrante de las personas y les entrega un flujo de energía externo que se manifiesta de distintas maneras. A pesar de está "comunión", las conciencias individuales están cerradas las unas a las otras y no pueden comunicar sino por medio de signos externos que traduzcan sus estados interiores. Para que la fusión de estos sentimientos particulares pueda producir un sentimiento común, es necesario que los signos manifestados se fundan a su vez en una sola y única resultante. Es la aparición de este resultante que advierte los individuos del unísono de su conciencia moral. Así, las representaciones colectivas suponen la presencia de conciencias individuales que actúan y reaccionan las unas sobre las otras, pero estas mismas acciones y reacciones no serían posibles sin intermediarios materiales que simbolizan los movimientos que representan. Luego, es la homogeneidad de estos movimientos y símbolos que da al grupo el sentimiento de existencia propia. Una vez establecida está homogeneidad en la conciencia colectiva, los movimientos que la han conformado toman una forma estereotipada y sirven a simbolizar las representaciones de la colectividad - por el simple hecho que han concurrido a formarlas.

He aquí otro ejemplo relatado por Amelia Valcárcel de cómo la exclusión de la memoria de las mujeres de la historia cambia el significado de las representaciones de la colectividad, lo cual nos da a su vez una demostración de cómo su recuperación devuelve el recuerdo de un movimiento que tiene el potencial de reforzar el sentimiento de existencia de las mujeres como grupo - lo que justamente querían evitar los opositores a la segunda ola del feminismo, el sufragismo, por temer que la vindicación de igualdad "podía prender y transformarse en una característica que volviera al todo social incontrolable" (Valcárcel, 2001:16). Así, la filósofa española se pregunta porqué la memoria emblemática de la humanidad hace recaer la intención de la lucha pacífica en el Mahatma Gandhi, cuando es el sufragismo quién el primero abandonó las formas normales de lucha ciudadana como atentados, incendios y barricadas, e innovó con manifestaciones pacíficas, interrupciones de oradores mediante preguntas sistemáticas, huelgas de hambre, autoencadenamientos y distribuciones de panfletos vindicativos.

El interaccionismo simbólico

Ahora bien, a la aclaración inicial de Durkheim del concepto de conciencia colectiva, se debe añadir la sistematización de la interacción humana como proceso social desarrollada por George Mead en su obra Mind, Self and Society (1934). Está tiene a su vez una influencia definitiva en la gestación del interaccionismo simbólico, él que se preocupará de la intrincada relación entre cultura, sociedad y personalidad.

Mead se interesó en los símbolos lingüísticos en la medida que median interacciones, modos de comportamientos y acciones de más de un individuo. En este sentido, su preocupación fundamental es la acción comunicativa donde, más allá de su función de entendimiento, el lenguaje juega el rol de coordinación de las actividades orientadas hacia fines de distintos sujetos, además de su rol de intermedio en la socialización de los mismos sujetos. Si para Mead "la sociedad humana tal como la conocemos no podría existir sin las mentes y los seres" (citado en Biesanz, 1969), él insiste además que las mentes racionales y seres conscientes emergen solamente en sociedad por ser el producto de la interacción social y especialmente de la comunicación simbólica por medio del lenguaje. Las cosas que existen en la naturaleza no son objetos hasta que sean descubiertas y nombradas, y cosas que no existen en la naturaleza pueden ser objetos si existen en la mente de los sujetos. En este sentido, la cultura de todo grupo social está constituida de su mundo de objetos significativos y la mente de cada persona está constituida de su mundo propio de objetos significativos.

Mirando a la memoria en la lupa de Mead, se puede ver que la exclusión de la historia no afecta a la memoria individual, porqué la mente de cada persona, de cada mujer, sigue constituida de sus objetos significativos propios. No así de la memoria colectiva. La exclusión, el encubrimiento aún parcial de la memoria colectiva de las mujeres empobrece la cultura del grupo al cual pertenecen por el hecho que reduce el mundo de objetos significativos que le conformen. Podríamos hasta decir que, siguiendo a Mead, perjudica la formación de las mentes individuales por el hecho que reduce los contenidos de la interacción social y de la comunicación simbólica.

El mundo de la vida

Sobre estos mismos fundamentos del interaccionismo simbólico, la fenomenología desarrolla el concepto de mundo de la vida, inicialmente acuñado por Edmund Husserl y profundizado luego por Albert Schutz y J%u0171rgen Habermas. En su intento de puesta al día crítica de la racionalidad moderna, la fenomenología se preocupa de la realidad cognitiva incorporada en los procesos subjetivos de la experiencia humana y busca encontrar las fundaciones del significado que se pueden encontrar en la conciencia. A partir de la observación de Husserl que todas las experiencias directas de los individuos tienen lugar en y a propósito de su "mundo de la vida", éste se define inicialmente como "el conjunto de las experiencias cotidianas y de las orientaciones y acciones por medio de las cuales los individuos persiguen sus intereses y asuntos, manipulando objetos, tratando con personas, concibiendo planes y llevándolos a cabo" (Schutz, 1970:14-15).

Esta definición alimenta una fuerte tentación de identificar el mundo de la vida con el saber de fondo transmitido culturalmente. En la Teoría de la acción comunicativa (1989), Habermas observa al respecto que una orientación culturalista restringe los procesos de reproducción del mundo de la vida a los aspectos de entendimiento y de tradición cultural y no integran los criterios de validez y de racionalidad que remiten a un acervo de saber compartido intersubjectivamente por la comunidad de comunicación, lo cual implican la susceptibilidad de crítica, correcciones, aprendizaje (Habermas, 1989a:37-38). Tomando en cuenta los procesos de diferenciación observados por Durkheim en la conciencia colectiva, Habermas entiende que los límites en el acervo de saber que restringen las prácticas comunicativas cotidianas pueden ampliarse a medida que los actores deben su entendimiento a sus propios esfuerzos de interpretación. Cómo Durkheim entiende este proceso de diferenciación como una separación de los componentes de la cultura, de la sociedad y de la personalidad por parte de los participantes, Habermas resuelve introducir e interpretar estas categorías como componentes estructurales del mundo de la vida, definiéndolas de la siguiente manera (1989b:196):

Cultura: El acervo de saber donde los participantes en la comunicación se abastecen de interpretaciones para entenderse sobre algo en el mundo;

Sociedad: El conjunto de ordenaciones legítimas a través de las cuales los participantes en la interacción regulan sus pertenencias a grupos sociales, asegurando con ello la solidaridad;

Personalidad: El conjunto de competencias que convierten a un sujeto en agente capaz de lenguaje y de acción, es decir de un agente habilitado para tomar parte en procesos de entendimiento y para afirmar en ellos su propia identidad.

Habermas articula estos componentes estructurales con las funciones fundamentales del lenguaje en la reproducción del mundo de la vida, las que identificó a partir de los trabajos de Mead: el aspecto funcional de entendimiento, el aspecto de coordinación de la acción y el aspecto de socialización.

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